jueves, 13 de mayo de 2010

Au revoir, Londres


C'mon, c'mon, c'mon, c'mon now
Touch me, babe
Can't you see that I am not afraid?


El transporte en Londres es peculiar. Sí, esa es la palabra. Peculiar. Te acostumbras a los fantasmas que conducen los coches al lado izquierdo. Te acostumbras a que los vehículos vengan por el lado contrario. Hay momentos extraños.

El metro tiene una peculiaridad. Tiene instintos. Instintos asesinos. Cuando se cierran las puertas (Mind the gap!), se cierran. Da igual que haya una persona, un maletín o un cochecito de bebé. Aprietan y aprietan. Los pasajeros del interior del vagón intentan arrastrar a la señora atascada. Se pone colorada. Da las gracias. Se acomoda en un lateral. Ocurre unas 12 veces al día... en cada vagón.

En el metro la gente duerme. Yo duermo siempre. Hace dos días también. Llegamos a nuestra parada, a Kings Cross y no me di cuenta. Loreto se bajó. Yo dormía. Una mano fría empezó a acariciarme la rodilla que me asomaba por el roto de mis vaqueros pitillo. Loreto, pensé. Incorrecto. Una joven rubia me acariciaba la rodilla desnuda. Me sonreía. La miré. Me miró. Miré el nombre de la parada. Merde. Salgo corriendo y ella se queda dentro. Una rubia inglesa me tocaba mientras dormía. El metro de Londres.

A la vuelta de nuestro destino cogimos el autobús (que no, no es que le haya cogido miedo al metro por las dudosas experiencias "cariñosas" que en él se dan) y así tener una vista panorámica. Subes al segundo piso. El autobús va engullendo a ciclistas, peatones, motos y coches. Te los comes. Les matas. Vuelven a aparecer mágicamente antes tus ojos. Una rama enorme se estrella contra la ventana de atrás y por un momento el cielo se venía encima de nosotros.

Mañana dejo los transportes que van al revés y vuelvo al viejo continente por tres días. Me quedaré dormida debajo del mar, como las sirenas. Pero las sirenas no tienen rodillas desnudas.

The wind carries
Into white water,
Far from the islands.
Don't you know you're
Never going to get to France.
(Mike Oldfield)

NOTA DEL DÍA: mi jefa nos ha pedido que si, por favor, nos importaría buscar en librerías de segunda mano abominables (eso es mío) novelas rosas de Barbara Cartland (conocidísima! de verdad que no sabéis quién es? oh my god!) para traerlas al museo, escanear las portadas, retocarlas y hacernos con los derechos para vender las imágenes. Ajá. No pienso dejar que me vean comprando algo así.

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